Cumplir años después de los cincuenta no es fácil. Estás muy consciente de que para algunas cosas es ahora o nunca. Así que decidí festejar mi cumpleaños con todo, sí, con toda la ropa que tenía en el closet. Tres pares de calcetines, dos juegos de underwear, doble pantalón y tres sweateres además de doble gorro, guante y chamarra. Dirán que exagero, pero para cazar auroras boreales a -37 grados centígrados, apenas y es lo correcto. Decidida a esta proeza ,me encaminé al norte de Canadá acompañada de una gran amiga, que como yo, piensa que es mejor ir lejos ahora y más cerquita cuando estemos mayores.
El mero día de mi cumpleaños me invitó a comer a un restaurante griego delicioso que llevaba mis iniciales ( lo consideramos un buen augurio). En la mesa de junto estaba una señora mayor con lo que parecía ser una amiga más joven o su vecina. Comieron bien, platicaron muy ameno y ya a la hora de pagar la cuenta la mujer mayor sacó la cartera e insistió en ser ella la que pagara. Mientras traían el cambio, la amiga joven le dijo que iría a buscar su silla de ruedas. Como la señora estaba sentada en un gabinete al fondo, le costaba deslizarse para poder salir de ahí y abordar su transporte. Le pregunté si podía ayudarle a lo que respondió que sí y yo rápidamente puse en práctica mis técnicas de manipulación para no lastimarla y ser un sostén para ella. Al terminar la maniobra me dijo: ¿Te puedo dar un consejo? Por supuesto , le dije dispuesta a aprender nuevas técnicas que utilizar en mi trabajo, pero no era eso lo que quería aconsejarme, simplemente me dijo: «No envejezcas».
Guardé silencio un momento y le respondí: Pues ya me lo dice tarde , hoy es mi cumpleaños. Me abrazó, felicitó y soltamos juntas una buena carcajada.
Amo los consejos sabios por eso decidí en adelante no quejarme del frío ni de lo incómodo que resultaba traer tantas capas de ropa. Terminé mi comida hasta el último bocado y fuimos a dormir una siesta para estar bien listas para el avistamiento nocturno de las luces del norte. Pasaron por nosotras a las 11.30 pm, estuvimos tres horas a la espera hasta que a lo lejos, abriéndose paso entre la noche estrellada más hermosa que he contemplado, se asomó un espectro de luz verde danzante. Es difícil que este fenómeno sea captado a simple vista, pero como gran regalo de cumpleaños, la vida me obsequió algo que algunos solo han podido ver tras el lente de una sofisticada cámara.
Emoción, felicidad, regocijo y gratitud son las emociones que más claramente puedo distinguir de esa noche. Un agradecimiento a mi cuerpo por dar batalla sin preparación alguna y claramente perteneciendo a otra latitud de climas más cálidos. Una alegría enorme por haber logrado un sueño largamente acariciado y que por mucho tiempo consideré imposible hasta que me di cuenta que lo merecía y empecé a ahorrar para ello.
No soy de las que consulta un astrólogo para saber en qué parte del mundo debo recibir mi nueva vuelta al sol, simplemente estaba dicho que en ese restaurante GP de la ciudad de Whitehorse en Yukon, un 7 de febrero 58 años después de haber nacido, iba a recibir la pieza de información más importante que jamás me habían dado. Ante los ojos de esa señora yo era joven y fuerte, capaz de ayudarla y hacerlo con una sonrisa. Tengo todo lo que se necesita para vivir y servir, no pienso envejecer ,al menos por ahora.
Ojalá que a través de mí esta señora mayor de ochenta, que fácilmente podía haberse quedado en casa esa tarde tan fría y nevada, logre inspirarlos a perseguir sus sueños y jamás darse por vencidos. Que el último minuto, también tenga sesenta segundos de luz.
Querida vida: ¡Voy con todo!