¡Con todo!

Cumplir años después de los cincuenta no es fácil. Estás muy consciente de que para algunas cosas es ahora o nunca. Así que decidí festejar mi cumpleaños con todo, sí, con toda la ropa que tenía en el closet. Tres pares de calcetines, dos juegos de underwear, doble pantalón y tres sweateres además de doble gorro, guante y chamarra. Dirán que exagero, pero para cazar auroras boreales a -37 grados centígrados, apenas y es lo correcto. Decidida a esta proeza ,me encaminé al norte de Canadá acompañada de una gran amiga, que como yo, piensa que es mejor ir lejos ahora y más cerquita cuando estemos mayores.

El mero día de mi cumpleaños me invitó a comer a un restaurante griego delicioso que llevaba mis iniciales ( lo consideramos un buen augurio). En la mesa de junto estaba una señora mayor con lo que parecía ser una amiga más joven o su vecina. Comieron bien, platicaron muy ameno y ya a la hora de pagar la cuenta la mujer mayor sacó la cartera e insistió en ser ella la que pagara. Mientras traían el cambio, la amiga joven le dijo que iría a buscar su silla de ruedas. Como la señora estaba sentada en un gabinete al fondo, le costaba deslizarse para poder salir de ahí y abordar su transporte. Le pregunté si podía ayudarle a lo que respondió que sí y yo rápidamente puse en práctica mis técnicas de manipulación para no lastimarla y ser un sostén para ella. Al terminar la maniobra me dijo: ¿Te puedo dar un consejo? Por supuesto , le dije dispuesta a aprender nuevas técnicas que utilizar en mi trabajo, pero no era eso lo que quería aconsejarme, simplemente me dijo: «No envejezcas».

Guardé silencio un momento y le respondí: Pues ya me lo dice tarde , hoy es mi cumpleaños. Me abrazó, felicitó y soltamos juntas una buena carcajada.

Amo los consejos sabios por eso decidí en adelante no quejarme del frío ni de lo incómodo que resultaba traer tantas capas de ropa. Terminé mi comida hasta el último bocado y fuimos a dormir una siesta para estar bien listas para el avistamiento nocturno de las luces del norte. Pasaron por nosotras a las 11.30 pm, estuvimos tres horas a la espera hasta que a lo lejos, abriéndose paso entre la noche estrellada más hermosa que he contemplado, se asomó un espectro de luz verde danzante. Es difícil que este fenómeno sea captado a simple vista, pero como gran regalo de cumpleaños, la vida me obsequió algo que algunos solo han podido ver tras el lente de una sofisticada cámara.

Emoción, felicidad, regocijo y gratitud son las emociones que más claramente puedo distinguir de esa noche. Un agradecimiento a mi cuerpo por dar batalla sin preparación alguna y claramente perteneciendo a otra latitud de climas más cálidos. Una alegría enorme por haber logrado un sueño largamente acariciado y que por mucho tiempo consideré imposible hasta que me di cuenta que lo merecía y empecé a ahorrar para ello.

No soy de las que consulta un astrólogo para saber en qué parte del mundo debo recibir mi nueva vuelta al sol, simplemente estaba dicho que en ese restaurante GP de la ciudad de Whitehorse en Yukon, un 7 de febrero 58 años después de haber nacido, iba a recibir la pieza de información más importante que jamás me habían dado. Ante los ojos de esa señora yo era joven y fuerte, capaz de ayudarla y hacerlo con una sonrisa. Tengo todo lo que se necesita para vivir y servir, no pienso envejecer ,al menos por ahora.

Ojalá que a través de mí esta señora mayor de ochenta, que fácilmente podía haberse quedado en casa esa tarde tan fría y nevada, logre inspirarlos a perseguir sus sueños y jamás darse por vencidos. Que el último minuto, también tenga sesenta segundos de luz.

Querida vida: ¡Voy con todo!

Hablemos de números

Cosa más extraña, una literata hablando de números, pero hoy me cayeron encima. Te despiertas quince minutos antes de tener que salir corriendo; esos 15 ya te meten estrés. Ves el calendario: 13 de diciembre, ese 13 palpita en tu alma. Un día como hoy hace 96 años nació mi papá, supongo que ahí comienza mi historia. Un día como hoy hace 5 años, murió mi mamá. Supongo que ahí cambia mi historia. ¿Pero si son sólo números? No, no son tan inofensivos como parecen. Son recuerdos, hitos, parteaguas, amor y dolor. Mis padres comparten día de nacimiento; uno en la tierra y otra en el cielo.

“Era un martes 13 de diciembre, frío y lluvioso en que habría de nacer el que más tarde habría de llamarse Juan Evaristo Federico Miguel…”. Así contaba mi padre su historia dramática y teatral, para mí de niña, divertida y original. El 13 de diciembre debió de haber sido siempre así, pero muchos años después ese día se habría convertido en mi verdadero examen profesional: no solo por revisar signos vitales, hacer un electrocardiograma y cantar la hora de la muerte, sino por hacerlo con mi mamy. Dormimos juntas tomadas de la mano, yo medio sentada en una silla y medio acostada en su cama de hospital. Mi hermana dormida en el sillón del cuarto, yo habría de despertarla para darle la peor noticia de su vida. Son instantes que rompen una era, una etapa de la vida que te paren a un mundo sin madre. Que te dejan huérfana.

¿Ven por qué les digo que hoy se me vinieron encima? El tiempo son números y lo que hacemos con ellos. Yo elijo agradecer, no volvería a vivir esta fecha hace 5 años pero pude; no quisiera regresar a festejar cumpleaños, pero lo hice muchas veces. Hoy toca agradecer porque solo se extraña lo bueno y yo a mis 57 años (otro número peso pesado) extraño mucho a mis papás. 

Atestiguar sin cambiar

La naturaleza nos da lecciones todo el tiempo. A veces las captamos y otras veces se nos pasan de largo y es una pena.Todo, absolutamente todo lo que pasa en el mundo animal puede aplicarse a las relaciones humanas y crecimiento personal. Les cuento:

Hace unos días estaba yo descansando en la playa, cuando de pronto mi esposo vio que un pájaro estaban picoteando algo. Curioso como es, corrió a ver de que se trataba y resultó ser una tortuguita acabada de nacer que en su carrera al mar fue interceptada por ese pájaro. Yo sé que tanto derecho tiene a vivir una como a alimentarse el otro, eso me queda claro, pero me salió el instinto maternal y espanté al ave para que la tortuguita siguiera su camino. Avanzó bastante y nosotros la escoltábamos liberando su paso de sargazo y piedritas que pudieran resultar ser obstáculos. Su tenacidad era increíble. Tenía una misión. Le faltaban unos cuantos metros cuando llegó un policía y la levantó. Nos dijo que tenían que resguardarla y que por la noche sería liberada porque así aumentaban sus posibilidades de sobrevivir. Nos quedamos atónitos y desconfiados porque sentíamos que estábamos interfiriendo con su instinto natural; ella sabía que debía llegar al mar y nadar con todas sus fuerzas mientras siguiera alimentándose del cordón umbilical ya que pasarían horas antes de que pudiera probar alimento. No se nos permitió hacer nada más, hasta que me di cuenta que de donde había surgido ésta, comenzaron a salir decenas de hermanitas con la misma disposición y GPS marino. El vigilante pidió refuerzos y en unos minutos hasta la marina llegó en un Razor a resguardar el perímetro. Ya para entonces se habían acercado varias personas y una señora muy aguerrida empezó a gritar que no permitiría que se llevaran a las tortugas y que había que liberarlas en ese momento. Organizaba a las demás personas para que se opusieran a la autoridad y lo hacía descalificando y siendo muy violenta. La verdad yo creo que le asistía la razón en querer dejar a las neonatas correr, pero no los modos con los que lo hacía. Se hizo de palabras con una mujer policía que llegó al lugar y hasta empujones hubo. No voy a narrar todo el merequetengue que se armó porque mientras todo eso ocurría yo seguía ayudando a la tierra a parir tortuguitas. Levanté la mirada cuando ya casi se llevaban detenida a la señora y solo entonces, emprendió la retirada. No sin que antes su hijo de ocho años llorando, asegurara que la mujer policía le había pegado,¡ y no era cierto! Fue un shock para mí ver a un niño tan pequeño mentir de esa forma, fue más fuerte que la ebullición de caparazones que tenía a mis pies.

Los vigilantes me prometieron que liberarían a las tortugas a la doce de la noche y ahí estuve yo lista y dispuesta a concluir mi misión y así quedarme tranquila de que nadie había interferido con la naturaleza ni había puesto precio al milagro de la vida. Fue muy hermoso y de toda esta experiencia me quedó una sensación de regalo inesperado.

De lo que no ha podido reponerme es de la mentira histriónica del niño , con lágrimas y gritos asegurando haber sido golpeado cuando no había sido así. Dos minutos después de esa escena, el niño y la madre caminaban hacia su habitación sin llanto ni drama. Ese niño no nació mintiendo, lo aprendió y muy bien de quienes lo guían por la vida. Me asusta que no podamos dejar a las tortugas ejercer su derecho natural a recorrer la playa aunque algunas en efecto no lo consigan, sin intervenir y no podamos acompañar a un niño a que crezca y conozca la vida sin cambiar su naturaleza honesta.

Esa noche antes de irme a la cama recé por cada una de esas tortugas deseando que lograran su misión, que la vida les abriera camino y que todos los peces y pájaros hambrientos estuvieran ya dormidos a esa hora. Pedí también por ese niño y por todos los niños que tienen que lidiar con papás que enseñan a mentir, a trasgredir las reglas para lograr lo que quieren y manipular.

Puede ser que la naturaleza sea ruda, pero la humanidad es salvaje.

Perro que canta

Hoy me desperté con el canto del perro. Sí, donde yo vivo no hay gallo, ni gallina, ni cielo azul, pero muy pronto voy a corregir eso. Por lo pronto ladró mi perro y comencé el día.

Alguien me dijo alguna vez que era de buena suerte trabajar el día de tu cumpleaños. Fui obediente muchos años, pero hoy me di el día. Me lo regalo para descansar, poner orden en casa, comer rico y recibir cariño.

Los cumpleaños son días extraños, no siento una obligación inusual de estar feliz ,porque ese es mi estado natural de ver la vida, lo que sí me entra es una gran nostalgia por el poeta que me llamaba siempre a primera hora y me declamaba las mañanitas. Mi papá era un gran cuenta cuentos y hasta que murió supe que muchos de ellos eran verdad. Grandes historias de su vida que para mí eran sonoras mentiras, pero dichas con todo el corazón. Entretenía a mis hijos de pequeños contándoles cómo había nacido y su vida llena de lujos y encantos que claro, yo no veía por ninguna parte. Yo amaba sus historias, amaba su voz y su acento español. Amo mucho a mi papá. También pienso en mi negrita, en mi mamá adorada que buscaba los regalos más exóticos para darme. A ella le fascinaban y yo solía agradecer y nunca usar. ¡Qué arrepentida estoy de eso! Una chamarra morada, un reloj de cadena, unas bombas de jabón para la tina… mamy hoy lo recuerdo y agradezco TODO.

Imposible no pensar en los padres cuando uno cumple años. El día que nací fue la primera vez que vi sus rostros y seguramente la primera vez que los escuché decirme que me querían. He sentido ese cariño toda mi vida, me ha acompañado cada despertar ,especialmente desde que ellos ya no están conmigo.

Desde pequeños les enseñé a mis hijos que al cumpleañero se le cantan las mañanitas muy temprano, se le despierta con cantos, abrazos y regalos que recibe prácticamente dormido. Este año fue diferente, rompí mi propia tradición liberando al único hijo que me queda en casa de tal tortura. Con un hijo a menos 17 grados, otro en otro continente y uno teniendo que trabajar todo el día, no podía ser tan cruel de obligarlos a madrugar por mí. Nos dimos los regalos desde anoche, mi tarjeta hermosa la recibí hoy a buena hora ( las cosas que te escriben los hijos de adultos sí superan por mucho las tarjetas del jardín de niños hechas con tanto amor e inspiración de la maestra). Así que en lugar de cánticos adormilados, hoy desperté con el reclamo perruno de Lara queriendo desayunar.

Soy muy feliz, no porque tenga todo sino porque sé trabajar para buscarlo. No porque no me falte nada sino porque valoro todo lo que tengo. No porque mi salud sea perfecta sino porque me cuido y quiero. Estoy rodeada de amor y de eso ustedes también son responsables. Por eso les escribo en este día que me lo di de asueto, porque aunque es mi onomástico el deseo es para ustedes:

Deseo que vivan la vida, entiendan lo corta y maravillosa que es. Que la disfruten aunque haya olas que nos revuelquen, pero que nos anuncian que hay un mar. Aunque hayan días de lluvia que nos hagan recordar que todo viene de ARRIBA y a pesar de que haga mucho frío porque eso nos da pretexto de dormir abrazados.

He convertido mi alegría en misión, quiero contagiar esperanza y pensamiento positivo. No lo hago para dejar el mundo mejor de lo que lo encontré porque la verdad, estaba mejor cuando yo nací en 1966 (me alegro haberlos hecho usar sus matemáticas aunque sea por curiosidad). Lo hago porque me hace feliz hacerlo, porque me da motivo y motor.

Así que para empezar ese cambio que estoy deseando en tu vida, consíguete un perro que cante y te aseguro que no habrá un solo día aburrido en tu vida.

Me despido del cero y del dos

Al abrir mi clóset esta mañana, me encontré con un cementerio. Un montón de ropa que ya no uso por una sencilla razón; no quepo en ella. En otro momento de mi vida, esto hubiera sido motivo de mal humor y escándalo. Ahora, a mis 56 años, he decidido tener conversaciones mucho más inteligentes conmigo misma. No puedo, ni quiero seguir teniendo los mismos diálogos internos que mantenía en secundaria donde me negaba a tomar la clase de deportes porque me obligaban a usar los shorts del uniforme para ello. Me arrepiento de ambas cosas; de no haber hecho gimnasia lo cual me hubiera llevado a tener una mucho mejor condición física actualmente, y de no haberme puesto shorts. Tenía unas piernas hermosas, pero yo las veía gordas. ¿Gordas comparadas con quién? Si alguien me hubiera dicho que a las piernas de quince años aún no les afecta la gravedad, que lo que yo creía piel de naranja, nada tenía que ver con lo que es la celulitis realmente, tal vez hubiera tomado mejores decisiones. Una bola mágica con una visión de lo que sería el futuro, sin duda me hubiera llevado a valorar más aquel presente.

En fin, me lo perdí. Pero no estoy dispuesta ahora a perderme ni un minuto de mi hermosa vida desperdiciándola en la no aceptación. Así que tomé una decisión inteligente, y me despedí de la talla cero y la talla dos que habitaban mis cajones esperando volver a salir a la luz del día pronto. No será así. Donaré toda esa ropa para que alguien la estrene, la luzca y disfrute. Si ahora uso cuatro o seis, ya no es porque yo SEA cuatro o seis. Soy mucho más que una talla, un peso o una edad y aunque creo que lo descubrí un poco tarde, nunca lo es demasiado para liberarme y elegir asumir que lo que soy tiene mucho más que ver con lo que pienso y siento, que con la ropa o centímetros de cintura que posea.

Estuvo padre tener ese cuerpecito marinero , que dicho sea de paso, no disfruté del todo por estarme exigiendo siempre más. Ahora doy prioridad a la buena mesa, la diversión y convivencia. No me mal entiendan, no estoy anunciando el abandono corporal de Gaby sino el cese al fuego de la batalla que toda mujer latina parece tener con su cuerpo. Le agradezco enormemente a mis piernas ( que tanto he criticado) a dónde me han llevado, bendigo mis manos ( con todo y pecas de la edad) que me han permitido abrazar a tantas personas y amo mi rostro, álbum de gestos y expresiones que con empatía, han acompañado a tantos dolientes en su proceso de duelo.

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Comparto esto con la intención de desnudar el alma ( además del clóset) y como un llamado de atención para aquellos que lo lean: No esperen tantos años para gustarse y amarse absolutamente. Tallas hay muchas, pero vida solo una.

30 minutos o gratis…

Es la primera vez que una entrada mía en este blog tiene prerrequisito. Les pido vayan a mis escritos en este espacio del 2016 y lean «Un abrazo», así podrán entender en toda su dimensión, lo que hoy voy a contarles: https://gabytanatologa.wordpress.com/2016/12/22/un-abrazo/

Pedir en la vida es fácil, lo que no lo es tanto es esperar con paciencia a que ese sueño pueda volverse realidad. A veces pedimos cosas posibles y probables, algunos otros pedidos simplemente nacen del corazón sin detenernos a pensar en las posibilidades de que eso ocurra. Así yo, pidiendo no solo conocer a Miguel Bosé sino también recibir un abrazo de él.

Todos tenemos o deberíamos de tener, un cantante favorito. Alguien que te haga vibrar con su presencia en el escenario, que sonrías al verlo , que cantes sus canciones; que éstas sean, el soundtrack de tu vida.

Así que yo he tenido un Don diablo que me ha acompañado desde niña, un Amante bandido en la juventud y un Aire que ha soplado en mi oído en los momentos más difíciles de la vida.

El pasado sábado lo conocí y recibí ese abrazo largamente acariciado. Como la vida no es repartidor de pizza, esto tardó en llegar. Ni él era quien yo quería que me abrazara ni yo era la que soñaba ese momento. Éramos dos personas mayores, con más vivencias, con más pérdidas. Valorando ambos el poder abrazar y sentir, el estar vivos, el poder respirar.

Él no conserva su voz ni yo mi cintura, está bien. Se encontraron dos almas buenas, eso sí les puedo decir y valió la pena cada minuto de espera para que llegara ese momento.

Tan agradecida con la vida como en aquel 2016 que lo pedía, me siento ahora llena de posibilidades para desear nuevas cosas, para permitirme imaginar lugares y momentos que vuelvan a dejarme sin aliento.

Les cuento esto por dos motivos: el primero para inspirarles a no claudicar en sus anhelos. Que nadie les diga que no es posible conseguir algo solamente porque ellos no lo hayan logrado. Sean pacientes y sobretodo crean que ustedes se merecen aquello que han pedido.

Y mi segundo motivo para contárselos, es porque ya no tengo conmigo a quienes me compraban los discos y cassettes de Miguel Bosé, quienes escucharon en casa una y mil veces repetir las mismas canciones, quienes me gritaban: ¡bájale a esa grabadora!

Extrañé mucho a mis papás en ese momento, hubiera deseado que estuvieran ahí para contarles que su Gaby había conseguido un anhelo no académico, no profesional ni meritorio. Que había yo sido objeto de un regalo de la vida, y que ahora me comprometía a cumplirles a muchos otros, ilusiones que ellos tengan. No están ellos, pero están ustedes; mis lectores, mis amigos, que hacen que todo se vuelva una anécdota digno de contar.

Gracias de todo corazón por su presencia en mi vida. Deseo un 2022 de cosecha y salud. Saben que como bien dice mi Miguel: Amiga, Este mundo va, Lo que hay es lo que ves, Te amaré y Estaré.

El billete de la suerte

Hace muchos años mi madre me dio un consejo; «Cuando salgas de viaje, no te gastes todo el dinero que lleves. Guarda un billetito (mi mamá amaba los diminutivos) en tu cartera y ese será tu billete de la suerte. De esa forma nunca te faltará dinero para viajar».

Uno ignora las fuentes informativas que tiene una madre para decirte estas cosas, ni siquiera te cuestionas si son verdad o no. Lo dice mamá y punto, así debe de ser. Desde entonces y en total obediencia, había guardado en mi cartera un billete (verde, para mayor efectividad), que no gastaba y que siempre me acompañaba a todas partes.

En mi reciente viaje a visitar a una amiga que vive en Estados Unidos, fuimos por primera vez desde que inició la pandemia, juntas a misa. Hay cierta edad ( no diré cual) que cuando uno se conmueve, especialmente en misa, lloras. Ahí estaba yo, emocionada de poder estar de manera presencial una vez más, compartiendo unas escrituras, un evangelio, un saludo de paz con inclinación de cabeza, cuando el padre nos cuenta:

Hace unas semanas vino un señor a misa y en el momento de la recolección dio un billete de denominación muy alta como limosna. Lo puso en la canasta , no sin antes mostrármelo a lo lejos para que yo fuera testigo de su gran generosidad. A la salida me puse cerca de la puerta como siempre lo hago, para despedir a mis feligreses y este señor se acercó para decirme: «¿Padre vio que di un billete de … en la colecta de hoy?». Sí, le contesté yo, muchas gracias. ¿Viste tú que la señora que estaba a tu lado, que está desempleada y tiene dos hijos que mantener, abrió su monedero y dio todo lo que traía?

A eso se refería la Madre Teresa de Calcuta cuando decía que había que dar hasta que duela.

Terminado el sermón, pasaron la canastita (hija de mi madre y del diminutivo) de recolección. Abrí mi cartera y me di cuenta de que era el momento de cambiar mi «suerte» por fe.

Di mi billetito de la suerte y estoy segura que mi mamá no se enojó por eso.

Ya les contaré si volví a viajar o no, si cayó sobre de mí una maldición terrible o si simplemente el corazón siguió sintiéndose bien como ahora, como quién hace lo correcto aunque se haya tardado algunos años para ello.

Calcetines sucios

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¿Hace cuánto que no ensucias realmente tus calcetines?

Sé que te estoy preguntando algo que trasgrede las reglas básicas a la obediencia materna: «No andes descalza, mira nada más cómo dejaste los calcetines». Sin embargo, ensuciar los calcetines aun sin quitarte los zapatos, significa que has caminado mucho. Nada deseo más para ustedes que miles de pasos por dar. Un largo camino por recorrer y sobretodo, las ganas para hacerlo.

Hace poco fui con mi hijo mayor a hacer senderismo en un cañón. Aventurarte a algo así con un muchacho de 29 años requiere mucho valor y autoestima sana. Allá íbamos; calculamos una hora de descenso y una hora y media de subida. La realidad fue una hora y media de bajada y casi el doble cuesta arriba. Pero llegué, obviamente, si no, no estaría contándoles esto.

No hubieron accidentes ni caídas que reportar, pero el aprendizaje siempre surge cuando abres bien los ojos y agudizas los sentidos. Bajar es fácil, lo haces con ánimos y energía. Casi ,casi presumiéndole a los que rebasas que tú puedes y que nada va a detenerte. Subir ya es otra cosa, requiere más esfuerzo, enfrentarte a tu falta de condición física, literalmente a las piedritas en el camino…ya empecé como siempre, a hablar de duelo. Imposible no comparar ese recorrido con el trayecto que se necesita andar para salir avante de una pérdida. Comenzamos con fuerza, con el tanque de gasolina lleno porque acabamos de ver a la persona amada. Poco a poco las fuerzas van mermando, el cuerpo reclama, las ganas se nos gastan.

Mi objetivo era llegar a una sombrita para descansar un poco, retomar aliento y seguir adelante, pero era un día tremendamente soleado y no había lugares cómodos para sentarse sin estorbar el paso de los otros. Y así es, en el camino nos encontramos con quien no piensa más que en sí mismo, que obstaculiza nuestro proceso sin ninguna consideración y sin embargo, ahí vamos. Dispuestos a llegar a la cima, a decir lo logré y poder llamarnos a nosotros mismos resilientes.

Agotada y con mucha sed después de ya haberme bebido el litro entero de electrolitos que llevaba, conseguí finalmente mi sombra para detenerme a contemplar el paso de los demás. Se vale. También se vale pausar y ver pasar, pero un rato solamente.

En eso veo a tres mujeres que se acercan a donde yo estaba. Dos muy jóvenes y otra mayor, con cabello blanco, tomada del brazo de una de ellas. «Vamos a parar un poquito Abue» dijo una de las nietas. En eso sacó un estuchito de la mochila, le pinchó el dedo a la abuela para a tomarle el azúcar, le dio un par de pastillas y un refrigerio y siguieron adelante. Y ahí estaba yo, totalmente humillada con mis lamentaciones y cansancio. Acababa de rebasarme una señora mayor que yo, con diabetes, y una enorme actitud. ¡Qué inspiración!

Recogí mis lamentos y me puse en marcha hasta llegar a la cima donde las vistas eran espectaculares. La justa recompensa para quien recorre el trayecto. Ahí al otro lado de tu dolor; te espera el mejor paisaje.

Cuando llegamos a la habitación, me quité los tenis como una niña que lleva 15 días en un campamento de verano y va a pisar alfombra por primera vez. Respiré, me tumbé en la cama y fue cuando vi mis calcetines todos sucios. Llenos de tierra, vivos y andados. Nada mal para alguien que pasa 10 horas al día sentada dando consulta.

Como siempre, les comparto mi felicidad y peripecias. Hago suyas mis ganas de seguir dando pasos.

Confía en mí

Hace poco viví una de las experiencias más memorables que haya tenido. Para muchos puede parecer algo muy sencillo, pero para mí fue la representación gráfica de mi vocación. Les cuento.

Harta de la ciudad, decidí ir a conocer una reserva ecológica en el caribe mexicano. Dentro de la excursión, se incluía usar un snorkel y asomarnos a contemplar un gran muro de coral. Claro que mi primera reacción fue: «Ni de loca me meto eso en la boca con todo este tema de pandemia».

Me aseguraron que estaban desinfectados y por supuesto, existía la opción de comprar uno nuevo y luego donarlo. Opté por eso. El mar estaba muy picado así que nos dijeron que solo estaríamos en el agua 20 minutos. En la lancha veníamos 5 personas a muy sana distancia. Mi amiga decidió que mejor pasaba y del resto del grupo solo una chica se animó a ir conmigo. Esta muchacha tenía una gran cicatriz en la cabeza y el cabello empezaba apenas a crecerle. Se notaba que había tenido una cirugía mayor y estaba con muchas ganas de vivir experiencias. Era su primera vez con aletas y visor, mía la tercera, así que no había entre nosotros más experto que el guía.

Nos colocamos el equipo y nos dejamos ir al agua. Él nos pidió que nadáramos lejos de la lancha para empezar el recorrido juntos y así lo hice, pero de pronto me di cuenta que la otra chica se había quedado abrazada de la escalinata de la lancha sin poderse mover. Por supuesto que sabía nadar, pero pensé que se había quedado petrificada ante el oleaje y lo frío del agua. «¡Vamos!» gritó el instructor, pero ella seguía sin moverse. Regresé para ver si podía ayudar en algo y entonces ya de cerca y a través del visor, pude ver sus ojitos desbordados a punto de un ataque de pánico.

Conozco esa mirada, la veo en mis pacientes que acuden a consulta. Perdidos, angustiados, necesitados de una mano que los guíe. Así que eso hice, por primera vez en un año, vencí la sana distancia, extendí mi mano a una completa desconocida y le dije: «Dame la mano, confía en mí». Debo de decir que ella era más alta que yo, más joven que yo, más fuerte que yo y ahí estaba YO, con gran aplomo y seguridad pidiéndole que se pusiera en mis manos.

Una cosa es hacer eso en el consultorio donde piso tierra firme, donde me siento como pez en el agua con un tema que domino y otra muy distinta, ser literalmente el pez, moviendo mis aletitas de manera arítmica.

La seguridad estuvo en mi voz, en mi buena intención y se soltó de la escalinata. Se prendió a mí de una forma que por un momento pensé que ambas nos íbamos al fondo del mar a saludar a Ariel. Pero le dije: «No te voy a soltar».

Finalmente alcanzamos al guía, que ya había pedido al capitán de la lancha le lanzaran una rueda salvavidas ( ignoro como se veía esa escena que estábamos viviendo a lo lejos, pero el instructor debe de haber pensado que se acababa de meter en el peor lío de su carrera). Ella se tomó del salvavidas con una mano y con la otra seguía apretando la mía.

Le dije que intentara disfrutarlo, que se asomara porque abajo había un mundo maravilloso esperando ser descubierto. Que la vista del otro lado era la recompensa a los valientes. Que estuviera tranquila, que traía chaleco salvavidas y que yo seguiría ahí a su lado.

Lo estoy escribiendo y quiero llorar otra vez. Metimos la cara en el agua y ahí estaba. Todo lo que yo le había prometido y más. Peces de colores extraordinarios, corales morados nunca antes vistos. Una calma, una paz por debajo de la marea revuelta que era la superficie. Nos habíamos metido en el duelo y ahora estábamos experimentando la ganancia enorme de quien vence el miedo y se atreve a ver la vida de nuevo.

Mi amiga, que se había quedado en la lancha presenciaba todo de manera sorprendida. Tomaba fotografías, ella mejor que nadie sabe que soy cero atlética o deportista, pero me dijo que parecía yo una niña en el agua. Ignoro si realmente me estaba viendo a mí ,pues habían otros grupos y todos con chalecos salvavidas de lejos nos vemos iguales, pero así me sentía yo. Una niña feliz que le había dado la mano a otra y que esa otra sin saberlo, me había hecho sentir poderosa, útil e importante.

Ella aprendió a snorkelear, yo a vivir a mis 55 años.

Así sucede en terapia también; alguien viene pensando que recibirá y no tiene idea de cuánto está dando con ello.

La vida nos sorprende. Sal a vivirla y confía.

Cuestiones de oro y plata

A algunos mexicanos nos cuesta un poco obedecer. Si hay bandera roja en el mar, no le hace, nos metemos a nadar. Si un letrero nos indica “No pase” y hay una cuerdita, vemos cómo hacerle para brincarla nada más para una selfie. Si te dicen ponte cubrebocas o guarda cierta distancia, nos entra un pensamiento mágico que a nosotros no nos va a pasar nada. Estamos tan confundidos con nuestra versión de la ley de la atracción que consideramos que, si no creemos en el Covid, no tiene por qué darnos.

El caso es que somos difíciles para obedecer porque nos cuesta creer a quien nos advierte algo, así sea por nuestro propio bien. Pero cuidado con la manera en cómo nos creemos los comentarios ajenos. Pareciera que fueran verdades tan absolutas como una sentencia de muerte. Así me pasó a mí para cerrar este año. Yo creía que había llevado la cuarentena con bastante dignidad. Trabajando sin tregua hasta el veintidós de diciembre, fecha en que consideré que, por salud emocional y convivencia familiar, era bueno ponerme a cocinar un pavo. Tengo la fortuna de contar con la amistad de una gran chef que tuvo a bien dirigir mi elaborado proyecto. La verdad quedó delicioso, y sin ser ese el objetivo central de este escrito, me desvié del tema porque, en algún punto, tenía que mencionarlo. Vuelvo al golpe de realidad recibido. Sabía que había trabajado demasiado, que, aunque amo lo que hago, estaba cansada. Consciente estoy también que me han salido algunas canas y he ganado un par de kilos, o debería de decir, me han salido un par de canas y he subido algunos kilos. Cuestión de números que pensaba no me importaban. Sentía que había llegado a esa maravillosa edad de libertad en la que ya no hay que preocuparse de esas cosas. Hoy me cuestiono si dicha meta se alcanza alguna vez. Si las mujeres realmente podemos llegar a ese punto donde nos aceptemos tanto a nosotras mismas, que no nos comparemos o compitamos ni siquiera con nuestro yo del pasado. Yo procuro no darle mucha importancia a esas señales del paso del tiempo. Considero un privilegio llegar a una edad donde se peinan canas, especialmente porque algunos ya no podrán llegar a tenerlas. Suelo concentrarme en mi actitud. En lo joven que me siento al entusiasmarme con un proyecto nuevo o al escuchar música (iba a escribir disco, pero entendí que no mostraría juventud en ello). Sin embargo, mis oídos, acostumbrados a escuchar dolores, estaban a punto de recibir una cachetada. No aquellas de caramelo que comíamos en forma de paleta (otra referencia de “Cómo han pasado los años”, como cantaba Rocío Durcal) sino esta vez en presentación baño de realidad.

Para tomarme unos días de descanso, acudí al mar. El consultorio que da la mejor terapia al alma. Estaba yo sentada contemplándolo cuando a mi lado pasó una vendedora de plata. En otros tiempos hubiera charlado con ella y echado un vistazo a su mercancía, pero la verdad, ella no portaba cubrebocas. Así que seguramente hice algún gesto y ademán con las manos indicando que no estaba interesada. A lo que ella respondió, vengativa (espero yo) , «ándele, lleve algo para sus nietecitas”. ¡Pum! Me cayeron encima, de golpe, los diez meses de pandemia. En ese preciso instante, se multiplicaron mis cabellos blancos y hasta ganas de tejer me dieron. ¿Por qué nos tomamos como verdad absoluta la apreciación subjetiva de alguien que acabamos de conocer? ¿Por qué nos hiere profundo como si fuera un diagnóstico irreversible? ¿Será que ese comentario cae en tierra fértil de nuestras propias dudas o inseguridades? Tengo un par de amigas de mi edad que son abuelas, muy felices por cierto. Y sin embargo, a mí me parece que fue apenas ayer que mi hijo menor estuvo enfermo en su campamento de verano. Tal vez ya tengo que darle “refresh” a mi vida, como si fuera Facebook, y verme con los ojos que los demás me miran. Así que hoy que termina el año, voy a darles un buen consejo: compren plata a nuestros comerciantes de la playa. Fomentemos su economía y de paso, no arriesgamos nuestra autoestima.

Los abrazo fuerte, vamos por un 2021 lleno de amor y resiliencia.