Hace poco tuve la fortuna de pasar un fin de semana con mis amigas en un viñedo. Después de muchos meses sin salir y con los temas de conversación acumulados, emprendimos ese viaje en carretera. Llegamos a un hotel precioso, pequeñito, muy familiar y con todas las medidas de seguridad para no convivir con nadie más y no arriesgarnos a contagios.
Por estar platicando sin parar, nos dieron las diez de la noche sin haber cenado, y el hambre ya apretaba. Como sabíamos que el restaurante del hotel lo cerraban temprano, hablamos para pedir servicio a cuarto. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando escuchamos que no había tal cosa, que el restaurante había cerrado y que hasta el día siguiente no tendrían servicio de alimentos.
No solo de amistad viven las mujeres, así que consideramos nuestras opciones, que en realidad eran muy pocas, hasta que una de ellas dijo: «Lo siento, me voy a comer unos cacahuates del minibar». «No lo hagas , pensé. ¡No toques ese servibar!»
Lo bueno es que solo lo pensé, porque si no, hubiera parecido la loca del pueblo. ¿De dónde había surgido esa reacción tan intensa de mi ser? Claro, de donde surgen todas las respuestas intensas en nuestra vida: de mamá.
Mañana es el aniversario del día en que ella nació y no quiero empañar ni tantito su recuerdo juzgando o criticando sus métodos pedagógicos ,pero una cosa sí he de decir: Doña Nelly era clara y contundente. Ella me dijo alguna vez: «No toques el servibar; lo que venden ahí es un robo.» Yo obedecí los siguientes cincuenta años. Así es, grabado en mármol en mi memoria quedó esa enfática aseveración y jamás, leyeron bien, jamás había yo osado desobedecer a mi mamá, sin importar cuánto antojo o hambre tuviera.
La verdad es que esos cacahuates ( mi lujo de $40 pesos) me supieron a transgresión, a travesura y también a crecimiento.
Hoy escucho más mi propia voz que la de nadie. Entiendo de dónde provenía la tuya, mamy, y honro cada cosa que me enseñaste y diste. Hoy utilizo cualquier pequeño detalle para recordarte, para alegrarme con la intensidad con la que tus enseñanzas resuenan en mí, pero también celebro que no me quedé detenida en el tiempo ni he dejado de atreverme.
Para algunos puede parecer una anécdota sin importancia, pero estoy segura que otros comprenderán muy bien que salir sin suéter, andar descalzos, comer cosas frías, o bien tomar algo del servibar, puede significar mucho más que un detallito. Es tal vez la reafirmación de un yo, con una sonrisa al pasado y un agradecimiento eterno por quien ha cuidado de nosotros en todo sentido.
Celebra allá arriba, mamita, y como dice mi querido Dr. César Lozano: Flores al cielo.