Atestiguar sin cambiar

La naturaleza nos da lecciones todo el tiempo. A veces las captamos y otras veces se nos pasan de largo y es una pena.Todo, absolutamente todo lo que pasa en el mundo animal puede aplicarse a las relaciones humanas y crecimiento personal. Les cuento:

Hace unos días estaba yo descansando en la playa, cuando de pronto mi esposo vio que un pájaro estaban picoteando algo. Curioso como es, corrió a ver de que se trataba y resultó ser una tortuguita acabada de nacer que en su carrera al mar fue interceptada por ese pájaro. Yo sé que tanto derecho tiene a vivir una como a alimentarse el otro, eso me queda claro, pero me salió el instinto maternal y espanté al ave para que la tortuguita siguiera su camino. Avanzó bastante y nosotros la escoltábamos liberando su paso de sargazo y piedritas que pudieran resultar ser obstáculos. Su tenacidad era increíble. Tenía una misión. Le faltaban unos cuantos metros cuando llegó un policía y la levantó. Nos dijo que tenían que resguardarla y que por la noche sería liberada porque así aumentaban sus posibilidades de sobrevivir. Nos quedamos atónitos y desconfiados porque sentíamos que estábamos interfiriendo con su instinto natural; ella sabía que debía llegar al mar y nadar con todas sus fuerzas mientras siguiera alimentándose del cordón umbilical ya que pasarían horas antes de que pudiera probar alimento. No se nos permitió hacer nada más, hasta que me di cuenta que de donde había surgido ésta, comenzaron a salir decenas de hermanitas con la misma disposición y GPS marino. El vigilante pidió refuerzos y en unos minutos hasta la marina llegó en un Razor a resguardar el perímetro. Ya para entonces se habían acercado varias personas y una señora muy aguerrida empezó a gritar que no permitiría que se llevaran a las tortugas y que había que liberarlas en ese momento. Organizaba a las demás personas para que se opusieran a la autoridad y lo hacía descalificando y siendo muy violenta. La verdad yo creo que le asistía la razón en querer dejar a las neonatas correr, pero no los modos con los que lo hacía. Se hizo de palabras con una mujer policía que llegó al lugar y hasta empujones hubo. No voy a narrar todo el merequetengue que se armó porque mientras todo eso ocurría yo seguía ayudando a la tierra a parir tortuguitas. Levanté la mirada cuando ya casi se llevaban detenida a la señora y solo entonces, emprendió la retirada. No sin que antes su hijo de ocho años llorando, asegurara que la mujer policía le había pegado,¡ y no era cierto! Fue un shock para mí ver a un niño tan pequeño mentir de esa forma, fue más fuerte que la ebullición de caparazones que tenía a mis pies.

Los vigilantes me prometieron que liberarían a las tortugas a la doce de la noche y ahí estuve yo lista y dispuesta a concluir mi misión y así quedarme tranquila de que nadie había interferido con la naturaleza ni había puesto precio al milagro de la vida. Fue muy hermoso y de toda esta experiencia me quedó una sensación de regalo inesperado.

De lo que no ha podido reponerme es de la mentira histriónica del niño , con lágrimas y gritos asegurando haber sido golpeado cuando no había sido así. Dos minutos después de esa escena, el niño y la madre caminaban hacia su habitación sin llanto ni drama. Ese niño no nació mintiendo, lo aprendió y muy bien de quienes lo guían por la vida. Me asusta que no podamos dejar a las tortugas ejercer su derecho natural a recorrer la playa aunque algunas en efecto no lo consigan, sin intervenir y no podamos acompañar a un niño a que crezca y conozca la vida sin cambiar su naturaleza honesta.

Esa noche antes de irme a la cama recé por cada una de esas tortugas deseando que lograran su misión, que la vida les abriera camino y que todos los peces y pájaros hambrientos estuvieran ya dormidos a esa hora. Pedí también por ese niño y por todos los niños que tienen que lidiar con papás que enseñan a mentir, a trasgredir las reglas para lograr lo que quieren y manipular.

Puede ser que la naturaleza sea ruda, pero la humanidad es salvaje.

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